Porco Rosso

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domingo, 19 de marzo de 2017

SPIRITS OF THE AIR, GREMLINS OF THE CLOUDS de Alex Proyas - 1989 - ("Spirits of the Air, Gremlins of the Clouds")


En un mundo post-apocalíptico, en un paraje desértico situado entre las ruinas de lo que fue la civilización, un desconocido llega a la granja de un hombre en silla de ruedas que trata de inventar un aparato para volar. Este hombre vive con su hija, fanática religiosa. El desconocido se queda unos días con ellos y decide hacer algo: ayudar a al inventor a construir su máquina voladora.


Alex Proyas fue durante los años noventa uno de los directores más destacados de cine fantástico. Hoy está de capa caída, flojea bastante y hasta entrega películas extrañamente deleznables como "Dioses de Egipto", impropias de su filmografía. Sin embargo, ahí quedan para la posteridad joyitas como "El Cuevo" y sobre todo como "Dark City", su obra maestra. Hay, de todas formas, una obra también genial que dirigió antes de dar el salto a Hollywood en su Australia natal en 1989: "Spirits of the Air, Gremlins of the Clouds". Muy poco conocida, muy injustamente poco conocida, esta cinta es una pequeña maravilla de lo visual y, además, su trama no desmerece. En un mundo post-apocalíptico indefinido, un desconocido llega a la granja de un inventor que vive con su hija y trata de ayudarle a construir un aparato volador. La trama es mínima, minimalista muchas veces, pero es capaz de condensar una historia simbólica sobre la superación y sobre la lucha contra el fanatismo religioso y la incultura en la que la necesidad de volar puede ser interpretada de muchas formas: yo me quedo con que es una manera de acabar con la barbarie, de devolver a la humanidad la civilización por medio de la reconquista de los cielos. Alex Proyas, con solamente tres actores, crea un mundo fascinante donde se relacionan perfectamente y donde el romanticismo de su empresa sabe calar al espectador. La ambientación es soberbia: es lo que hace sobre todo al filme tan diferente, tan único. Proyas no tenía entonces un duro, pero tenía imaginación de sobra para aprovechar los pocos medios a su alcance y construir un mundo derruido cargado de inventiva, de romanticismo, de poder evocador y de corte steampunk animado además con una banda sonora absolutamente inolvidable. Es una delicia observar los inventos que el director nos regala, sus máquinas, sus casas, sus habitaciones, su vestuario, ese extraño cementerio de coches colocados como monolitos. Es totalmente un deleite. Recuerda al mejor Tim Burton, al Terry Gilliam de sus inicios, al primer Jean-Pierre Jeunet (tres directores que, por cierto, están también y tristemente bastante devaluados hoy en lo artístico). Pero es cien por cien Alex Proyas. No se dejen engañar por las imágenes que muestro en esta entrada: no hay mucho sobre la película en internet y lo que hay se ve bastante mal. Sin embargo, sí que está la película en si. No se la pierdan, porque es una de las piedras preciosas más injustamente olvidadas del cine fantástico de finales de los ochenta.


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